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"Deshielo" MartaCerulla. |
Elia era una mujer que rondaba los 40 años. Vivía sola, con su
gato, no tenía pareja y amaba el sexo. Tenía un trabajo estable,
bien pagado que se correspondía con su vocación: la de acompañar a
otras personas a encontrarse a sí mismas y salir del atolladero de
la confusión, la duda y la desesperación.
Aparentemente, Elia tenía todo lo que deseaba, pero un vacío la
acompañaba desde su más temprana adolescencia. Era un vacío
oceánico, como un agujero negro que tragaba todo lo que encontraba a
su alrededor: amor, atención, comida, sexo, substancias,
tecnologia....cualquier cosa o situación que le pareciera
estimulante y le permitiera contactar, aparentemente, con la vida,
con la idea de que era real y no fruto del sueño de otro.
Pero Elia no sabía que este vacío aumentaba proporcionalmente a su
intento de saciarlo. Era adicta a la intensidad, incapaz de saborear
la calma, la paz y el sosiego. Desde ese lugar, se desviava de su
centro, se desdoblaba y se escindía, perdía todo contacto con su
Ser Esencial. Sin saberlo, vivía en una cárcel, en una especie de
samsara donde repetía y repetía los mismos patrones, los
mismos actos una y otra vez como una autómata. Se sentía arrollada
por un impulso ciego de ir hacia adelante, como un acto de escapar de
ella misma. Una contradicción al fin y al cabo, porque ese motor,
escondía un anhelo profundo de conocimiento, de búsqueda y de
certeza de saber quién era realmente. Esa desazón crecía en su
pecho año tras año, ocupando cada vez más espacio.
Abocado en su balcón, con vistas al mundo, su “yo” miraba la
vida buscando una nueva presa, alguien a quien parasitarse,
cualquiera que pudiera calmar, aún por un instante, todo el dolor
que la habitaba. Iniciaba relaciones amorosas que vivía con grandes
expectativas, “¿será éste el que me libere de mi sufrimiento?”
“¿encontraré en él esa paz que tanto anhelo?”, “¿me dará
todo el amor que necesito?” y así, Elia iba de relación en
relación, cargando sueños frustrados, anhelos no resueltos y
acumulando fracasos amorosos. Cada vez se sentía más lejos de
encontrar aquello que ella creía que estaba buscando. Se sentía
perdida, triste y su energía vital emitía una luz débil y enferma.
Era capaz de aventurarse hacia cualquier objetivo externo antes que
mirar hacia adentro y acoger en sus brazos aquel dolor que le gritaba
desde las entrañas “no busques afuera, pasa, entra en ti, es a ti
a quien buscas, a nadie más que a ti”. Pero esa voz era ya apenas
imperceptible.
Con el tiempo esa desazón que había colonizado su pecho, empezó a
volverlo duro, negro y opaco. Empezó a extenderse como una gran
mancha de petróleo tan negruzca que ya no dejaba entrar la luz ni la
desprendía hacía afuera. Sus ojos se apagaron y su piel empezó a
tornarse de un color gris ceniza. Con el tiempo, esa mancha, continuó
expandiéndose y se instaló en su cuello y espalda, dando lugar a
una rigidez que le quitaba libertad de movimiento y le castraba su
capacidad de sentir. Poco a poco, Elia había dejado de disfrutar de
la vida, todo se había vuelto un sinsentido, era un fantasma errante
que se arrastraba por el mundo con pieles viejas y desgastadas.
De la misma forma, había dejado de disfrutar del sexo también, un
sexo que tiempo atrás le había dado tantas satisfacciones. ya no
sentía el placer en sus genitales, ni su cuerpo erotizado, ni la
piel erizada.... Necesitaba gritar y recibir dolor físico para poder
sentirse conectada con su cuerpo y con la vida. Vivía el amor y el
sexo desde la complacencia al otro, dándole lo que ella creía que
necesitaba, pensando que, dando sin medida, podría recibir la parte
de amor que sentía que le faltaba y que le haría sentir completa.
Se olvidó así, de poner atención en su propia necesidad,
alejándose de su propia sexualidad, sensualidad y ternura.
Poco a poco su fuerza femenina se fue debilitando nadando a menudo en
la angustia de sentirse perdida con su idea de lo que era ser Mujer.
Rechazaba con vehemencia los modelos de mujer tradicional que había
bebido de su educación, pero era incapaz de contruir uno propio sin
caer en idealizaciones fantasiosas que le hacían confundirse aún
más. Amaba figuras arquetípicas como las mujeres guerreras, las
amazonas, escritoras y pintoras como Frida Kahlo, Anaïs Nin, Simone
de Behaviour, Pizarnik, Leonora Carrigton... todas ellas mujeres
fuertes, feministas, que habían reivindicado su derecho a hacerse un
nombre como artistas, rechazando el lugar que su época había
reservado para su género y compartiendo un ámbito colonizado por
hombres. En contrapartida, rechazaba su propia ternura y
vulnerabilidad considerándola signo de debilidad y nunca mostraba su
dependencia frente al hombre. Repudiaba a las mujeres “maternales”
y cuidadoras de actitudes tiernas y cariñosas, tachándolas de
sumisas y haciendo alarde de su aparente libertad e independencia.
Vivía pues en un mundo polarizado, en el que idealizaba un modelo y
rechazaba su antagónico, siendo incapaz de reconstruir los pedazos
desechados y anhelados y abrazarlos en un todo. No era capaz de ver
sus aristas y complejidades, la Elia libre, atrapada, cariñosa,
distante, cuidadora, amorosa, desprendida, fuerte, curiosa,
dependiente, frágil, valiente, insegura, miedosa, impetuosa, tímida,
sensual....albergaba cada una de estas facetas, no era una única
mujer, compacta en su forma, era un amalgama complejo, un crisol de
tonalidades contradictorias que una vez acceptadas podrían otorgarle
esa libertad que ella tanto anhelaba.
Su inconsciente, afanoso en la tarea de arrojarle un poco más de
luz, le iba mostrando algunos de estos aspectos a través de sueños
que ella reescribía al día siguiente intentando encontrar una pista
escondida tras el simbolismo. Un día tuvo uno que le dejó perpleja:
estaba en una sala-comedor, asistía a una especie de cena de
mujeres. El ambiente era acogedor y una luz ténue impregnaba el
ambiente dando calidez y recogimiento. Las mujeres estaban sentadas
alrededor de una mesa preparada con diferentes manjares. Elia estaba
de pie observando los platos dispuestos con mucho amor y cariño. Se
fijó en uno de ellos, membrillo con queso fundido y le pareció muy
apetecible. Se acercó a la mesa en busca de una copa de vino tinto y
vió que se había terminado, así que optó por coger
una botella de vino blanco que llevaba una etiqueta en la que se
podía leer la palabra “saktia”.
Cuando Elia despertó del sueño se levantó rápidamente de la cama
para poder apuntar y no olvidar la palabra “saktia” ya que su
intuición le decía que ahí podría haber algún tipo de
revelación. Llamó a su amigo M., experto en trabajo con sueños y
fijó una cita con él para que le ayudara a desvelar qué mensaje
traía consigo el sueño. El encuentro, le hizo descubrir
precisamente esa polaridad inconsciente aún no resuelta, a la lucha
entre estos dos tipos de mujer aparentemente contrapuestas: La mujer
fuerte, de tierra, con cuerpo y densa (vino tinto) y la mujer dulce,
afrutada, ligera, fresca y volátil (vino blanco). ¿Y qué
significaba la palabra “saktia” entonces?: Circulo, la fuerza del
clan femenino, el útero, el poder generador, la fuerza
primigenia...todo encaja.
Aún y los pequeños atisbos de luz, Elia seguía viviendo en el
oscurantismo y en la lucha consigo mísma. Una ve cuando está
preparada para ver. Incapaz de aceptar sus sombras todavía, sus
pulmones iban recubriéndose de tristeza con el paso de los días y
los meses, trazando surcos de ríos de lágrimas que corrían
desbocados desde adentro; buscando una salida al exterior, colapsando
su pecho y atisbándole punzadas que se le clavaban como agujas. Elia
sentía cómo su corazón iba volviéndose débil y que algo la
consumía por dentro. Se sintió más perdida que nunca e incapaz de
sentir el motor vital que orienta el deseo. Todo empezaba a teñirse
de un halo mortecino.
Un día, de camino al trabajo, sintió una fuerte punzada en su pecho
y después de un grito silenciado, empezaron a fluir lágrimas
descontroladas. Era como si de repente se hubieran abierto las
compuertas de un gran dique. Lloró casi hasta secarlo. Estuvo en
casa durante cuatro días sin salir, dando espacio a su cuerpo que le
hablaba, que le gritaba, cansado ya de susurrar aquello que Elia no
quería escuchar: “El camino que estás buscando no es éste... El
camino es a la inversa, el camino es de retorno, un retorno hacia
adentro, un retorno a tu alma, tu casa, tu ser. ¿No ves que lo que
anhelas buscar afuera sólo tu puedes dártelo?”. En ese preciso
momento, Elia sintió el insight de la lucidez, el atisbo de
la sabiduría que sucede tras una crisis y por primera vez, pudo
escucharla. Ahora si podía hacerse cargo, acogerla y mirar de frente
“su verdad”, una verdad que le ponia en la senda de un nuevo
caminar, si ella quería y estaba dispuesta a mirar de frente los
miedos que de ahora en adelante se iría encontrando. Pero eso ya,
forma parte de otra historia.