Cuadernos

martes, 30 de agosto de 2011

Una idea en el desierto.






"Tipito en desierto" Mario Monje


A veces uno tiene la suerte de que las ideas lleguen a su mente a borbotones, sin dar tiempo casi a plasmarlas: se mueven inquietas y a duras penas uno intenta detenerlas, hacerlas presas, amarrarlas, ponerles una soga al cuello...para explorar así, donde llevan.

Otras, una imagen, un gesto, una palabra o algunas frases son suficientes para presenciar un desfile de gran número de ellas, articulando un todo que cobra sentido.

Me resulta fascinante la sensación de apertura al deslumbrar alguna de ellas, como cuando se abre un abismo a nuestros pies o como cuando la luz ilumina objetos que permanecieron en la penumbra. Todo un mundo nuevo parece perfilarse frente a nuestros ojos y nuestra mirada se dirige hacia nuevos mundos que hasta entonces habían permanecido bajo llave o cubiertos con un mantón polvoriento y roído.Ese momento resulta mágico y presa de una emoción casi infantil, abro puertas y me libero de mantos, los levanto poco a poco, mirando por la ranura qué hay debajo.

Otras veces, no hay que buscar, simplemente la idea te sacude, te sorprende ella a tí, aparece sin avisar y se instala en tu alma y te puebla la cabeza. Te conviertes en su prisionero. Se adentra en tu ser, recorriéndote las venas cual veneno. Aquí suele apoderarse de ti de manera sutil.Otras en cambio, actua como un fogonazo, te come los ojos, a la vez que quedas atrapado en una especie de estado hipnótico. Es entonces cuando quedas preso de su antojo y actuas cual fiel escriba, arrodillado frente a la maravilla que acontece. Tu voluntad cae rendida a sus especulaciones, sus dilemas y disertaciones, más no te queda otra que sorprenderte de los caminos insconcientes que ella te abre.

Aunque no siempre nuestra morada es grata para la caprichosa idea, a menudo ocurre que nos abandona sin más, dejando nuestra mente árida, despoblada, inerte como un gran desierto de tierra sin vida aparente. Uno puede plantarse frente al panorama desolador que acontece frente a nuestros ojos observando el horizonte, por si la suerte deja vislumbrar alguna que corre despistada, perdida o si somos pacientes e incansables, encontrar alguna que resta escondida. 

Quizás nuestras mentes sean estacionales y hayan épocas de sequía donde no crece ni un tierno brote al cual aferrarse o ya nuestros pies polvorientos caminan por sendas trilladas.

Lejos de abandonarnos a la suerte del tedio, será el momento de abrir nuevas sendas por donde acomodar nuestros pasos, buscar oasis en medio de la nada, voltearnos por donde nuestros ojos ya pasaron, quizás con una nueva mirada...Quien sabe si crecieron de nuevo o no las vimos al pasar por su lado.Quien sabe si no las encontramos adormecidas de tanto esperar a que alguien las encuentre. Un camino de búsqueda de nuevos hilos de los cuales tirar y embrollarse, entretejerse, emmarañarse o porque no, estrangularse. Todo ello resulta más grato que volver del desierto con las manos vacías y una gran desolación sobre nuestras espaldas.