Cuadernos

jueves, 22 de septiembre de 2011

NO.


Creía que lo podía todo,
que todo era asentimiento.
Hasta que un día recibió su primer NO,
un NO sutil, debil, sonando a susurro.

Fue suficiente para aprender que las cosas no sólo
se reciben extendiendo la mano.


Miradas, gestos y rostros.

Le gustaba mirar,
mirar la diversidad de rostros,
la complejidad de gestos que dicen más que callan,
las miradas que se clavan o la esquivan.

Le gustaba mirar la vida, 
que poco a poco la desvestía.

Instantes.

Como muchos días, desde hacía  meses,
deboraba la crema de su capuccino,
teñida de canela.

Un placer minúsculo, casi sin importancia
pero que, por unos instantes, le confirmaba
que los mejores placeres son aquellos
que nunca se eternizan.


Somos tiempo.



Somos tiempo, 
colgado a nuestras espaldas,
grabado en nuestro rostro,
llevado en nuestra muñeca
y pegado a nuestros pies.

Los invisibles.


(Inspirado en la película Rios de Hombres (el conflicto de la guerra del agua en Cochabamba año 2000)).


Cuando los invisibles se vuelven visibles, es tan sólo por unos instantes, a lo sumo unos días, mientras dura el fervor. Por esos momentos, los invisibles se creen que foman parte de algo, y el valor que eso les genera, les hace trapasar límites y fronteras, incluso arriesgar sus vidas. Qué importa, pues no valen nada. Lo que no se ve no existe, lo que no existe no tiene ni precio ni aprecio.Pero cuando todo llega a la normalidad, ese fervor iniciático que les hizo ser alguien, desaparece y todo vuelve a no ser excepcional, se acaba  la utopía y de ahí sus vidas vuelven a ser fantasmales, invisibles a los ojos de sus compañeros de sueños.

martes, 20 de septiembre de 2011

¿quién conoce a quién?

Me resulta curioso demostrarme una y otra vez que nunca las cosas son como parecen. Bueno ni las cosas ni las personas, ni las cosas que hacen las personas, ni las personas aún cuando se vuelven cosas. Este hecho nunca dejará de sorprenderme y no se si alguna vez lograré aprenderlo. Uno tiene una visión de cómo es una persona, lo que trasmite (seguridad/inseguridad, alegría/tristeza, proximidad/lejanía...) puede ser una cosa y  lo que verdaderamente es (lo que guarda, lo que medio esconde), su esencia, o parte de ella, quizás jamás la pudiste contemplar.

Cierto es entonces que sólo vemos la punta del Iceberg de lo que es una persona, de lo que piensa, de cómo se comporta...¿no es si más no significativo? entonces ¿porqué nos hacemos una idea fija, hierática, standard de una persona y la juzgamos a partir de esa parte sesgada, incompleta que vemos? ¿realmente es ella o es sólo una parte de ella, pero si no es completa no debe ser ella del todo no?...De la mísma manera ocurre en cómo nos ven los otros (amigos, conocidos, pareja...). Claro está que, cuando más tiempo pasan contigo, más grande es la punta del iceberg que pueden llegar a ver, aquella que está sumergida...pero tampoco pueden llegarte a conocer del todo...Para mí esto se vuelve complejo en el momento que alguien te da consejos o te dice "conociéndote..." porque se basan a partir de la idea que ellos tienen de tí, que por un lado está bañada de subjetividad y por otro, responde a cómo ellos te ven apartir de lo que ellos han visto de tí....Y ya si contar lo que tu dejas ver de cómo eres, que escondes, que tergiversas, que adornas...así, yo no se quien tiene el valor de dar un consejo, o el valor de creerse lo que el otro dice de uno mísmo o el maravilloso mundo de los espejos....

sábado, 17 de septiembre de 2011

Momentos de lo mísmo.



Oswaldo Guayasamin


Crecemos no siempre hacia arriba o hacia adelante. A veces, crecer significa dar un paso atrás, pero no como involución, si no para darse impulso y dirigir nuestros pasos hacia otra vereda.


Los instantes levitan hasta quedar suspendidos, anclados, cincelados en el cielo, como una postal que se resiste a perecer.

Diálogos con interlocutores fictícios, monólogo desdoblado de soledades múltiples encontradas: yo, con yo mísma, con la que soy, la que fui y la que tal vez seré. Tertulia a cinco bandas en la que nunca se acaban de poner de acuerdo.


No caminamos en linia recta hacia un destino visible, allá a lo lejos. Más caminamos girando y girando en nuestro propio Samsara. Quizás, aquél que sea capaz de poner un pie fuera de la rueda, pueda caminar un tramo derecho. 

Somos seres errantes, buscadores de "algo" que quien sabe si encontraremos alguna vez. La norma dice que no siempre encontramos lo que buscamos, quizás es porque lo que queremos encontrar no existe, es tan sólo un espejismo que nos permite caminar, seguir. Esto podría frustrarnos de algún modo, aunque si uno es capaz de asimilarlo puede llegar a maravillarse con cualquier cosa que se encuentra a su paso.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Un instante fugaz en la vida de cualquier desconocido.

"Cafés" de V. Van Gogh
Me gusta sentarme en los cafés de cualquier ciudad, siempre me ha gustado, me he perdido en ellos desde los 17 años. Café y cigarrillo en mano, en la más absoluta soledad, observo por unos instantes la vida de aquellas personas que, en ese mismo lapsus de tiempo, comparten tiempo y lugar conmigo. Un momento fugaz en la vida de cada uno que puede pasar desapercibido por absurdo e irrelevante, pero que a mí, no deja de fascinarme. 

Una soledad compartida a medias por la sensación de sentirse arropada por el gentío anónimo: sus risas, sus conversaciones, a veces animadas, a veces tristes, a veces susurrantes, otras bien escandalosas. Es el escenario de la vida que pasa frente a uno, en la más auténtica espontaneidad del que no es observado (o del que cree no serlo).

Nada más lejos de la realidad, allá en el fondo del salón, en una mesa apartada, unos ojos observan el devenir de la vida más auténtica. Me lo miro cual película, inventándome sus posibles vidas: la pareja de novios que discuten, quizás sea su último día, como yo,quizás ya no se vuelvan a ver jamás. Ella parece estar triste, él se crece frente a la aparente debilidad de ella. Todo un "gallito", seguro que aburrido, egocéntrico y demasiado centrado en su trabajo como para dedicarle la atención que ella se merece. Los amigos íntimos que acuden como de costumbre a su cita semanal, donde se relatan sus últimas aventuras o desventuras, más o menos infladas, inventadas, para demostrar al otro cuan interesante resulta su vida.Nunca hay que demostrar al otro la mierda que cada cual acarrea a sus espaldas. La parejita de ancianos que como todas las tardes, para no perder la costumbre, van a tomar café y hablan sobre lo que ven, pues ya se lo dijeron todo en cincuenta años. El cariño que se tienen aún se puede leer en sus ojos. El anciano la trata con ternura, le coge la mano con un atisbo de amor adolescente. Seguro que han sido felices en su larga vida. Él como caballero de antaño que es, le ayuda a ponerse la chaqueta y le sujeta su bolso pesado, seguro que lleno de pastillas para sus incontables dolencias. El personaje solitario, libro en mano, lee una novela fascinante, tanto lo es, que no he podido ver el color de sus ojos, más sí, sus entradas incipientes que seguro tanto le preocupan. Quizás sólo lea aparentemente y esté pensando en cualquier otra cosa, la cosa más banal del mundo, como que se preparará esa noche para cenar. Lee y lee el mismo renglón cientos de veces. Al final se decide por una pizza precocinada, como siempre.El grupo de estudiantes que ríen y ríen sin parar, sus risas me recuerdan a las gallinas de corral, cigarrillo en mano casi todas ellas y con sus mesas llenas de papeles. Una excusa para hacer ver que estudian y un motivo para contarse, con pelos y señales, lo que pasa en su facultad a lo que amoríos se refiere. Las observo con atención para detectar quien dirige el cotarro. Normalmente es la que más grita y la que más necesita ser el centro de atención. Monopoliza la conversación, mientras las demás, quizás no tan espléndidas, la miran con cierta envidia bien disimulada de amistad. Cuando ésta se va, seguro que la critican diciendo que mal le sienta ese nuevo corte de pelo. Una mamá con su mamá, carrito al lado, se cuentan la dureza de la vida, lo difícil que está compaginar el trabajo con el cuidado de los niños, los problemas de llegar a fin de mes y las vacaciones que harán en verano. Iran a un lugar de costa atestado de personas con sus mismos problemas y preocupaciones. La hija muestra ojeras y  cara de hastío, quizás fruto de una vida que no le convence, que no escogió, pero que ya es demasiado tarde para dar marcha atrás. Ella lo sabe y se encuentra atrapada en sus contradicciones. La mamá también es consciente, a ella le pasó lo mísmo, pero no queda más que resignarse hijita. El grupo de ejecutivos, todos bien ataviados, con sus corbatas y mocasines impecables, hablan de negocios, de nuevos proyectos y hacia el final, para darse un respiro, optan por la tríada infalible: política, mujeres y fútbol.

Yo sigo tomando mi café, a sorbos lentos, para hacerlo durar y justificar mi tiempo, mi larga permanencia en ese espacio que no quiero abandonar, mientras simulo escribir cualquier cosa en mi libreta. A veces me pregunto, cuanto acerté en mis especulaciones, si estas historias inventadas, distan o no de lo que observo a mi alrededor, pero eso nunca lo sabré. Es solo un juego, una especie de intromisión ficticia en la vida irreal de personas reales, pura especulación de estados vitales, que lejos de ser cierta o no, disparan la imaginación de cualquiera al que le maraville el desfile de lo cotidiano.