Cuadernos

domingo, 11 de diciembre de 2011

¡Danzad,danzad, malditos!


"Parcas" de Goya.



En una danza se recrea un estado de conexión con lo otro, llámese divino o corpóreo, en el que se teje una relación de simbiosis. Una danza es un momento de seducción en el que quiero aproximarme y seducir, atraer hacia mí, quizás con un deseo de integrarlo, de acomodarlo y por qué no de poseerlo e incluso destruirlo.

Podemos danzar en completa armonía generando un estado vibracional positivo o movernos como títeres. Es ese “danzad, danzad malditos” en el que uno se mueve al antojo de un titiritero, anclándonos a sus hilos y obligándonos a saludar después de cada función, como si algo de propio se escondiera tras el mérito.

No siempre escogemos ni la música ni nuestro compañero de baile. Hoy, cada cual baila con quien puede, aunque sea con el menos diestro, en una danza terrorífica de movimientos apenas sin vida; compases mecánicos que chirrían bajo el intento de una espontaneidad impostada.

La Muerte, que observa allá a lo lejos el carnaval esperpéntico, se acerca, ella sí, con la seducción del maestro y despliega su arte que lo embriaga todo de una dulzura casi turbadora. Sabe que, en la pista de baile, nadie se resiste a bailar con las tres doncellas: con Cloto, por ser principio generador, hilo de vida, con Láquesis por ser sustento, red y tejido y con Átropos, porque ¿quién no esconde tras de sí un oscuro deseo de autoaniquilamiento?.


Casi extenuados, tendidos en el suelo escuchamos su pesado caminar, viejas hiladoras, se acercan, hilo, rueca y tijera en mano. Dejaron de ser bellas doncellas. No sabemos qué destino nos aguarda tras la danza, pero una oscura premonición nos impide mirarlas fíjamente a los ojos. Mientras tanto, puedo oír el “zas” a mis espaldas y notar cómo los hilos de mis compañeros van cayendo, suaves, a mi pies.