Cuadernos

domingo, 24 de junio de 2012

Desiertos y palmeras

Cráter de Marte (http://pijamasurf.com/)











Desde muy pequeño, Antón tenia una pasión secreta: recoger las partículas que cada día se precipitaban de su ombligo, grano a grano, como en un reloj de arena. Creaba así, verdaderos desiertos allí donde permanecía por más de unas horas. Empezaba por juntar los primeros granos entre sí con la punta de su zapato hasta formar pequeñas dunas. Estas dunas a veces, se convertían en majestuosas montañas que se erguían triunfantes bajo su feliz ombligo.

Antón pasaba tardes enteras acumulando arenisca e invitaba a sus amigos a jugar con ella. Éstos estaban encantados de tener un amigo capaz de crear un arenal en cualquier lugar. Con el tiempo se corrió la voz de lo que Antón era capaz de hacer y venían a visitarle muchos niños todas las tardes. Él estaba encantado de la atracción que despertaba entre sus amigos debido a lo que él consideraba un don que lo hacía especial y diferente.

Pero Antón creció y se hizo un muchacho, un adolescente que poco a poco, entre burla y burla, se fue dando cuenta de que su don era también una diferencia que ahora le hacía infeliz. Se le veía deambular nervioso por los rincones recogiendo sus montoncitos de arena con una escobilla y un recogedor, mirando de reojo para no ser descubierto. Cada vez se sentía más solo y ya no quería ser diferente, ni extraño, ni extravagante, ni especial, si no vulgar, ordinario, corriente, normal como todos los demás.

Un día, no muy lejos de su casa, vio como un anciano iba paseando tranquilo por la calle, sin esconder como de sus ojos viejos y agotados crecía un frondoso palmeral.