Cuadernos

martes, 8 de febrero de 2011

Elogio a la escuela


 

Extraído del blog  Educación y Filosofía de Marcos Santos Gómez


¿Es mejor educar exiliado en una escuela como Summerhill o educar afanosamente en una escuela convencional? Esta alternativa, real o no, pasa por la cabeza de muchos de mis alumnos ante el estudio de las más pintorescas especulaciones pedagógicas dadas desde Rousseau. La alternativa mencionada apunta tal vez a la elección entre una hipotética refundación rousseauniana de la sociedad o soportar la tensión y los conflictos de la sociedad, el peso de lo real. Para resolver este dilema hay que precisar antes si dicha opción es realmente posible, si existe de verdad. En este sentido, creo que no es preciso demostrar que adonde uno va le acompaña su tormenta. Es decir, resulta una ingenua ilusión la pretensión de emanciparse excluyéndose a fuerza de voluntad de aquello que lo constituye a uno. La materia social no se borra con la decisión de borrarla. De hecho, esta decisión, este anhelo, es ya una opción social nacida en un mundo social concreto. Summerhill juega con una educación que es como un contagio afectivo y corporal de un mundo con otro entramado. A. S. Neill parte, en una línea freudomarxista, de que la construcción de la psique refleja en gran medida un orden histórico. Summerhill es, primero, un nuevo orden social y después una escuela, es decir, Neill no pretende, contra ciertas interpretaciones idealistas, un cambio estructural desde la voluntad o el cambio interiorista. Él sabe que primero va la fundación de un nuevo mundo y después la educación. O ambos en estrecha correlación. Es el nuevo mundo el que se espera que eduque a sus hombres y mujeres. Pero de todos modos, la pretensión adolece de cierta evidente desmesura idealista. Sospechamos además que el aislamiento de Summerhill es sólo aparente y que el mundo exterior se cuela dentro de muchas maneras. Summerhill se encuentra inserta en una estructura mayor en cuya interacción debemos explicar la pintoresca escuela. ¿Estamos, en su pretensión de refundar un mundo aparte, de todos modos, una vez más, ante la hybris pedagógica?

Desde luego, el movimiento de exilio que emprendiera Neill es producto de una modernidad que creyó posible fundar la sociedad desde la razón (contractualismo) como alternativa al mundo feudal de la plebe y la sangre azul. No había más remedio que empezar de cero y erigir la sociedad a partir de un supuesto fundamento racional. Era la ideología burguesa que buscaba legitimar su nuevo mundo en lo que un psicoanalista llamaría “racionalización”, o justificación argumentativa de lo que ha sido parido por la propia realidad. Así, Emilio o Summerhill serían, desde este punto de vista, un reflejo de este sueño de la modernidad que se expresa en el ansia reiterativa de salir de sí misma porque se sabe imperfecta, porque se sabe infeliz. Pero, Summerhill, que tiene algo de sueño y de realidad al mismo tiempo, también confirma lamentablemente el mundo al que da la espalda. No puede evitar ser una negación ya estigmatizada por el contenido de lo que es negado.

Por otro lado (segunda opción), tenemos que las teorías de la resistencia en el movimiento de la Pedagogía Crítica interpretan lo escolar (convencional) como algo complejo entre la dominación y la resistencia, como dos comportamientos presentes en ello. Es posible que sea cierto que hay fisuras en el todo de la escuela donde se puede también acudir y huir, pero dentro de ella (¿estamos de nuevo en otra forma de escapismo interiorista burgués?). La diferencia entre el exilio total de Summerhill (ficticiamente total, como hemos indicado) y el exilio interno de cualquier colegio del sistema educativo convencional es que en este segundo exilio la ambigüedad y las fricciones reales nos golpean directamente. En la escuela normal el mundo está presente tanto en el modo de sueño (se puede tener a Summerhill como referente en la escuela normal por parte de minorías entre los maestros) como en el modo físico de fuerzas y oposiciones entre los hombres y mujeres cosificados. En la escuela es posible un vuelo de la imaginación capaz de ir más allá de lo burdo del mundo escarnecido de luchas de todos contra todos. Un mundo para el maltrato hecho a la medida burguesa. Hay que probar este universo para poder soñar con realismo.

Por otro lado, en la escuela normal vence, como decíamos en el post de ayer, el mundo, lo dado, lo que se considera un hecho y se oculta en su carácter de ser dado por otros hombres, de cristalización fetichista de un modo de relaciones humanas. Éste es el carácter mercantil, fetichista, de la escuela. Así, lo dado cristaliza en la escuela sutilmente, lo dado se sirve de ella y se cuela por todos sus recovecos, invadiendo también sus sueños. Porque la verdad de los sueños es la realidad. La realidad es de la misma materia de los sueños decía Shakespeare. En la realidad hay sueño, pero en los sueños hay también realidad. En la escuela normal hay la posibilidad de soñar y entonces el mundo se percibe con extrema lucidez como negativo. Se da un aleccionador contraste dentro de ella. Y, he aquí una paradoja: para que la escuela sueñe hace también falta el sueño llamado Summerhill.

En el buen educador Summerhill es siempre una hipótesis, una posible opción, una inercia acaso de su propia hybris de educador y sobre todo una extensión de su deseo de que a todos, especialmente a los alumnos, les vayan bien las cosas. El educador quiere y debe creer que al educar hace realidad en el sentido de los sueños, en el sentido de Summerhill. Pero al soñar, dialécticamente tenemos de nuevo lo feo de lo real con lo que nos damos de bruces. El maestro tendrá que ir moldeando y rehaciendo su sueño con el duro contacto real. La lucidez del maestro es de hecho lo que llega tras la fatiga y la desazón de comprender que no va a cambiar el mundo. Entonces se le presenta de nuevo el dilema pero en otros términos: claudicar y vender su alma al diablo o resistir. El mundo se experimenta como una inercia imposible de detener, como algo con reglas propias, como una losa que pesa y asfixia las relaciones humanas. Así debe experimentarlo el maestro para, paradójicamente, en la agonía, ser capaz de emprender cambios reales. Así, el maestro honrado tiene en su carrera su propio aprendizaje y su maduración. En la escuela puede palpar la impotencia, la dureza, la crueldad gratuitas y el cinismo del mundo hecho contra los seres humanos por los seres humanos. En la escuela verá lo específicamente feo de nuestro mundo y sufrirá sus opresiones. La escuela le revelará su ambigüedad de ser nacimiento y cementerio. En la escuela, en cada rincón de sus muebles y aulas, se le mostrará lo inútil de limitarse a querer cambiar mentalidades, el ridículo empeño de refundar el mundo, su reaccionario idealismo. Pero también hallará realidad que le mostrará sus posibilidades. Porque la escuela insinúa, en sus grietas y márgenes, secretamente, sus esperanzas reales y su propia refutación.

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