Cuadernos

lunes, 30 de mayo de 2011

El ejercicio de la escritura como fotograma de una vida.


Eleonora Carrington.



Y una escribe para que no le traicione la memoria, o para que los recuerdos no acaben siendo un amalgama de antojos escogidos por mi torpe recuerdo. A veces funciona la selección, el autoengaño...


Pero mi búsqueda se centra en la obsesión por el recuerdo más fidedigno, más exacto, sobre el que se cierne los acontecimientos. Intento atrapar el momento, el instante justo cuando algo se rebela cómo importante, como merecedor de ser atrapado para siempre en las redes del recuerdo. Y lo apunto. Lo escribo, dejo constancia.


Todo acaba formando un intrincado collage de instantes, momentos presentes, claros, fjos, inamovibles como una fotografía: nítidos, actuales, generadores a su vez de nuevos recuerdos. Manantial, cascada que sugiere una imagen, una palabra, un instante. Así formo,dibujo mi recuerdo.


Desde los doce años llevo un libro bajo el brazo. Los acumulo en el estante de mi casa.  Tengo decenas.  Entre los 16-20 años, más necesidad de recopilarlos. Lapsus por diez años.  A los 30 vuelve la necesidad.


Recuerdos tormentosos, grises, decepcionantes, desorientados...pero al fin y al cabo recuerdos. La angustia por perderlos me hace preferir el recuerdo de un momento angustioso, al vacío de la nada, lo impersonal, el no ser Yo, el no ser Persona.


Miedo a no poder articular una vida, ilvanar una historia, tejer un recorrido vital. Horror a inventar un personaje que no es el resultado de mi Yo vivido. Pérdida de autenticidad, construcción de máscaras para devenir algo que pueda ser aceptado aunque desvinculado de lo que soy. 


Voy perdiendo los recuerdos como se pierden los granos de arena entre las manos, al ser recogidos a puñados: brizna a brizna, a manos llenas, en tal sólo un breve lapsus de tiempo.


He ahí, la obsesión por los instantes, que no buscan ser fugaces, si no eternos.

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