Cuadernos

martes, 23 de noviembre de 2010

Una experiencia educativa

Antes de empezar.....

Mis pensamientos, mis ideas, mis maneras de hacer, mis miradas, mis premisas, mis valores son ahora como una gran explanada de polvo y humo, con un destello brillante de aquello que todavía está ahí. En un principio podría considerarse este hecho como una gran catástrofe: todo aquello que pensaba, que era mi guía, que conformaba mi manera de ser, han caído, se han tambaleado y han sido destruidos. Este hecho ha sido para mí como una caricia suave que te empuja ligeramente para que mires hacia otro lado. Ahora esbozo una sonrisa cuando veo que toda esa montaña de escombros era un decorado, falso, que nada tenía que ver conmigo, que puedo volver a construir, ahora ya des de mí, des de lo que pienso, lo que siento, lo que veo y lo que ahora soy. Y lo más gracioso de todo era que sabía que podía mirar de otro modo y que a veces he mirado de otro modo. De ahí la luz que diviso a través del humo de estos escombros, que son ahora lo que creía que sabía.

Intentaré a continuación plasmar una serie de pensamientos, ideas, reflexiones que me han ido surgiendo a lo largo de la experiencia que me ha comportado acercarme a los diversos autores y su manera de ponerse ante el mundo. Sé que cuando intentamos explicar una experiencia, el mismo hecho de explicar deja por el camino matices y peculiaridades que no pueden ser expresadas porque han de ser sentidas, tienen que ser vividas. La experiencia te hace encontrar tesoros que cuando los explicas se convierten en quincalla, porque la experiencia se vive, se padece, no se puede explicar.

¡Que sordo y limitado he sido!. Cuando alguien lee un texto cuyo sentido quiere descifrar, no desdeña ni los signos ni las letras, ni los considera una ilusión, un producto del azar o una envoltura sin valor,si no más bien los lee, los estudia y los ama, signo por signo y letra por letra. Pero yo, que deseaba leer el libro del mundo y el libro de mi propio ser, desprecié sus signos y sus letras, en función de un sentido que les había atribuido de antemano
. Siddharta (pág.61)

Me reconozco como alguien que busca, pero lo más gracioso de todo, es que a mis treinta y un años, todavía no sé lo que busco, porque no se qué anhelo. Este sentimiento de búsqueda incesante de algo que no se sabe muy bien lo que es, quizás no desaparezca nunca y me acompañe a lo largo de todo el camino.

Esta incertidumbre me era, des de hace muy poco, una angustia, que podríamos denominar existencial. Arrastrada por esta idea, mi vida se precipitaba sobre mí, o yo sobre ella, como un pozo vacío y húmedo, triste y silencioso. Tengo que saber que busco y encontrarlo o seré una desgraciada. Me repetía una y otra vez. Todos encuentran, yo todavía busco, ¿hasta cuando?.

Ese día llegó, pero llegó sin ruido, sin celebraciones, con la calma de las cosas que se nos muestran evidentes y se instalan rápido en nosotros, como si siempre hubieran estado allí. Los libros, las lecturas, el amigo, la amiga, el desconocido, el profesor, el no profesor, el niño, la madre, ...todos y cada uno de ellos me habían acercado, sin darme cuenta a aquello que buscaba: Yo misma.

Hay un cambio de rumbo, ya no es una búsqueda de algo que no se encuentra en mí, si no de algo que está en mí y que encuentro en cada viaje que me conecta con lo de afuera. Es una búsqueda del verdadero Yo, un Yo despojado de reglas, de normas impuestas, de valores que no son nuestros, de lo que nos dicen lo que está bien y lo que está mal, un Yo desprovisto de todo lo que nos conforma de manera artificial,de todo aquello que no hemos elegido ser, de todo aquello que hemos acabado aceptando por sumisión, por inconsciencia, por cansancio, por imposición, que no identifico como propio.

De alguna manera, el exterior, lo que está afuera, me permite que me pasen cosas que me acercan a mi Yo a través de ellas. Ellas simplemente son, se dan, se imponen, independientemente a mi voluntad me tocan, me trastocan, me desmontan, me transforman, me deforman.

Pero algo que se presenta tan evidente no se muestra sin un esfuerzo, sin el esfuerzo de salir de uno mismo y de realizar este viaje fuera de uno hacia lo otro y volver con las manos llenas, ahora ya de un nuevo otro, un nuevo exterior que ya no es tal, si no que ha sido transformado en uno mismo y con uno mismo.

Yo soy todo lo que me pasa, y lo que me pasa me pasa porque estoy expuesta, esto es lo que va formando mi carácter, todas aquellas cosas que padezco, que vivo, que se imponen. Salgo a buscarlas para traerlas y confrontarlas con lo que creo que soy. Me busco a mí, busco mi yo, si es que lo puedo encontrar entre los escombros de mis pensamientos, a partir de lo que leo, lo que veo, lo que me cuentan, lo que escucho en este mundo, de los otros, de tu y de él, de todos. 
 
De un tiempo a esta parte, disfruto de la búsqueda, o mejor aún, disfruto de todo aquello que encuentro, pero que no buscaba, y que postrado frente a mis ojos, he podido recoger, acariciar, mirar, saborear... atentamente. Pienso que esta actitud de estar atenta, y no absorta en aquello con lo que no puedo dar o encontrar, todo y mi empeño, me proporciona no sólo el estar aquí y ahora, si no también, el no perderme aquellas cosas que descansan en los márgenes de este nuestro camino, a menudo polvoriento.

Para Walter Benjamin, caminar, nos libera la mirada, nos abre los ojos y la desplaza hacia otras evidencias, que no son una verdad escondida tras lo que vemos, si no que precisamente es lo que vemos, una vez alcanzamos esta atención sobre lo que nos pasa. Esta atención pues se convierte en una especie de fuerza que nos empuja para salir de donde nos encontramos.

Des de que entré en mi juventud, recuerdo esa sensación de vacío que llenaba todo mi ser, esa sensación de nostalgia, de falta de, de ser incompleto... que atormentaba mis pensamientos y me dejaba absorta. Supongo que ese sentimiento de falta, de ser incompleto me ha llevado a estar de un sitio para otro, de deambular por la vida, sin saber muy bien hacía donde seguía mi camino, si es que hay alguno.

Mi inclinación a probar, cambiar y ver nuevos campos de la Educación Social, mi espacio de acción, de trabajo, de experiencia, quizás haya contribuido a sentirme más desorientada si cabe. A menudo he sentido esa sensación de no pertenecer a nada, de no encajar, de no entender porqué se hacen determinadas cosas en este ámbito, de desconcierto frente a determinadas acciones de mis colegas de profesión o de las instituciones (públicas o privadas) para las que he trabajado. Por eso, cada cierto tiempo tengo la necesidad de “viajar”, de moverme, ver otros paisajes, otras caras, otras maneras de ser, de vivir... Muchos no han entendido esta opción errante, sobretodo si eso significaba tener que renunciar a un buen trabajo con buenas condiciones económicas.

Tengo la sensación que mis decisiones a lo largo de mi experiencia laboral como “educadora” han dado una imagen de mi, en el subconsciente del otro, como una persona “descontenta”, “insatisfecha”, “inmadura “, “indecisa”, “que no sabe lo que quiere...” . Pero ahora, todo y no saber que será de mí en unos años, disfruto sobretodo exponiéndome a nuevas situaciones, para ver cómo me desenvuelvo, cómo me transformo, en cada una de mis etapas profesionales y vitales.

La tranquilidad sobreviene cuando se ha producido un cambio en mi concepción de este proceso, que ahora intento interpretarlo como un aprendizaje permanente pero no orientado necesariamente hacia ningún sitio. Es como perderse por las callejuelas de una nueva ciudad, que resulta desconocida y excitante a la vez, sin llevar ningún tipo de mapa que me oriente o cuarte mis pasos, porque sé, que, encuentre lo que encuentre, lo verdaderamente importante, no habrá sido aquello que quería ver de antemano, cuando planeaba el viaje, si no lo que encontré y que no estaba escrito en ninguna guía (una conversación con un anciano, los grupos de niños corriendo de un lado a otro, una puesta de sol después de una larga caminata, un café observando el bullicio de una plaza....) Eso es lo esencial, o al menos eso es lo que voy aprendiendo tras mis pasos.


Muchos años hube de emplear en disipar mi espíritu, desaprender lo pensado y olvidar la Unidad. ¿no es un poco como si, lentamente y a través de grandes rodeos, me hubiera convertido de hombe en niño, o de pensador en hombre niño?No obstante, ha sido un camino excelente, y el pájaro que moraba en mi pecho no llegó a morirse.
Siddhartha

Entre algunos de mis descubrimientos recientes, que se produjo por azar, fue sumergirme en el mundo de la infancia. Mis prejuicios sobre esos seres pequeños, insignificantes, que nada me podían aportar, más que frustraciones, dolores de cabeza y algún que otro grito, se han ido desvaneciendo a medida que he dejado que estos seres se apoderen de mi, débilmente, poco a poco, como una brisa que apenas sientes, pero que va penetrando lentamente, envolviéndote toda, hasta ponerte la piel de gallina.

No quiero pensar, ya pensamos mucho en el cole-
Leer es un rollo, yo solo leo en el cole y por que me obligan.
Sólo quiero jugar, venimos aquí a jugar, no a pensar....
No quiero decidir las cosas en una asamblea, prefiero que decidas tú.

Estas son algunas de las frases que la infancia me ha regalado y que he recogido, como halos de luz, como señales de que algo no funciona, sobretodo gracias a nosotros, los adultos y más concretamente en la escuela. Con ello no quiero descargar toda mi desconformidad con esta institución, más bien sirve para preguntarme qué repercusiones tiene en el niño el hecho de ir a la escuela la gran parte del día. Y ahora que lo escribo, me parece contradictorio, sí, lo es. El lugar donde representa que se fomenta el aprendizaje, la cultura, el saber y el conocimiento, complemento indispensable para ser “alguien el día de mañana”, no produce el efecto deseado, ya que los niños y niñas acaban sintiendo aberración, precisamente, por aquello que la escuela intenta fomentar.

Quizás sea que hay algo que estamos haciendo mal¿no?. Pero esto no tiene que servir para sermonear a la escuela y recordarle todo aquello que no hace bien (que aprovecho para decir que hay unas cuantas!!!(sonrisa irónica)), si no que sirva de reflexión sobre des de donde estamos haciendo Pedagogía. Quiero decir, ¿sienten verdadera pasión por lo que hacen?¿cómo fomentan la pasión por la lectura?¿Cómo se acerca un niño a la literatura en el contexto escolar?¿Es bueno convertir el hecho de leer por ejemplo, en una obligación?

Aunque mi experiencia dentro de la educación no formal, me dice que de eso también los educadores (educadores sociales o cualquier profesional que trabaje con chicos y adolescentes fuera del horario lectivo) sabemos un rato. Estos Centros de ocio y tiempo libre, que abren diariamente para atender a niños y jóvenes, para que aprendan hábitos de vida cotidiana, hagan refuerzo escolar, convivan con otros niños de diferentes edades.., no son más que una continuación, o mejor dicho el brazo articulado de esta institución, con la misión de reproducir los mismos mensajes, los mismos discursos, las mismas normas, los mismos aprendizajes y de establecer la misma relación protectora y atontadora para con ellos, los infantes. Trabajo en uno de ellos, y es cierto que a veces se trabaja con los niños de una forma casi mecánica, reproduciendo de manera inconsciente los mismos mensajes, las mismas metodologías, los mismos discursos de lo normal, lo diferente, lo que está bien y lo que está mal.

Para Foucault, la escuela moderna, y yo incluyo también, muchos centros de educación no formal, son un lugar en que los individuos son posicionados espacialmente y distribuidos temporalmente para controlar sus acciones y para secuenciar y organizar su desarrollo individual. Como si esta individualidad pudiera ser organizada, estructurada y evaluada cada cierto tiempo.

Realmente pienso que estas palabras no eran el resultado de una reflexión, más bien lo tomo como un síntoma, casi inconsciente de lo que que estamos haciendo con ellos. Tengo la sensación de que no eran los niños los que hablaban, no reconocía en esas frases el alma infantil. ¿Dónde está esa curiosidad, ese motor por conocer, ver, tocar, imaginar....adentrarse en ese viaje fantástico que aporta la lectura a cualquier ser humano? Y más en la infancia, donde los límites de la realidad son amplios todavía y donde todo es posible.

Estas frases, verbalizadas en más de una ocasión por chavales de entre diez y doce años, en un principio nos podrían haber pasado desapercibidas, incluso las podríamos entender fácilmente porque se trata de niños, y los niños sólo quieren jugar, pasárselo bien, disfrutar...Pero a mí, estas frases me calaron muy hondo en mis pensamientos, perturbando y cuestionando de alguna manera lo que estábamos haciendo de ellos . Y digo haciendo de ellos, sí, porque en general, tenemos una especie de obsesión por modelarlos, para que dejen de ser esta especie de animalillos salvajes que tanto nos irritan y se adentren, poco a poco, siguiendo el compás establecido por los adultos, en la senda del mundo de los mayores

Esta actitud pretendidamente educadora, que atonta, anula y aniquila cualquier iniciativa, cualquier posibilidad e intento de exploración del mundo es castrada por un muro frío y de hormigón del que no hay salida, por el que hay que pasar como única alternativa al desarrollo infantil, porque ellos no saben, ellos no pueden, ellos nos necesitan. Debemos ponerles en camino. Seres desvalidos, cual animalillos que no pueden escoger, ni decidir, ni pensar, ni hacer...son demasiado pequeños para pensar, para ver el mundo con sus ojos, para acercarse al mundo con sus manos, para decir lo que ven, lo que oyen, lo que son.”Yo no puedo”,”yo no se”....Les hacemos creer realmente en esta incapacidad ficticia, de no ser capaces de vivir su propia vida sin la ayuda de los ojos, la manos, la voz del adulto.

Para mí, estos niños, no son precisamente un cuerpo vacío e inútil, desvalido, que necesita de nuestros recursos ya adquiridos por nuestra experiencia con el mundo (una experiencia a menudo que tampoco es la propia, es también de otro y siempre la misma, la dictada por un poder abstracto que todo lo ve y controla al rebaño para que no se desvía de la senda del camino recto, del camino único. Al otro lado de la senda no hay nada, sólo un precipicio que se abre infinito y profundo....O al menos así creen muchos.

Esta idea se reproduce y se alarga en el tiempo, como una especie de bucle, del que pocos parecen poder salir y que se reproduce generación tras generación reproduciendo los mismos miedos, las mismas limitaciones, dando los mismos pasos, caminando sobre las mismas huellas, las mismas marcas. Camino seguro y asegurado, mullido, plano, marcado, seguro....¿seguro?. O al menos me resisto a creer en ello. Me niego a pensar que este “no puedo” “esto no me gusta” (leer, escribir, dialogar, pensar...)este “no sé”, sea una verdadera posición ante del mundo. Más cuando los oigo, no veo sus caras, veo los rostros de todas y cada una de las personas que les dijeron alguna vez en su corta vida: “lo hago yo que tu no puedes””tú no sabes””eres demasiado pequeño” “cuando crezcas”....Tampoco oigo sus voces, no, no son las suyas, son la de aquel maestro, aquella señorita, aquel padre, o aquella madre que siempre saben lo mejor para ellos, que se repiten cual loros, palabras vacías, huecas, repetidas hasta la saciedad, que luego repiten cual robots, completamente artificiales, sin mensaje alguno, sin sentimiento, sin pasión. Intento acercar mi oreja a sus labios, para escuchar si todavía puedo sentir sus verdaderas voces, enterradas bajo montañas de palabras vacías como losas que esconden, tapan la voz de todos esos niños... Escucho, quizás para que me susurren palabras de auxilio, para tener la certeza que esas palabras que escucho a diario,son sólo un espejismo, una tapadera de lo que son ellos realmente.

Hay una viñeta del escritor y pedagogo Francesco Tonucci, que refleja en parte lo que estoy diciendo. Un niño, a lo largo de su infancia, recibe mensajes en la escuela, de diferentes profesores que les dicen: “esto se hace así””esto hazlo así””esto deberías hacerlo así”...y cuando llega a los diez años, un maestro le dice: “elige tú”. La cara del niño, describe un pavor indescriptible.”¿elegir?¿qué es elegir?. En este momento, el niño es expulsado de ese camino recto, mullido y cómodo como una cuna, y es lanzado con violencia hacia los márgenes del camino, sin nada en los bolsillos, desamparado, sin ninguna mano, sin ninguna voz que le diga “por aquí” con sus pies apuntando al precipicio.

Des de esta posición incierta, lo único que nos queda es asumir entonces un nuevo rol, el rol de deseducador, que nos aleje del rol de educador, profesor o maestro al que estamos acostumbrados y que nos abra nuevas perspectivas, nuevas maneras de hacer, alejadas de lo propone a escolarización, abriéndose al espacio público, a la calle, a la vida, al niño mismo, des de lo que de niño tiene todavía Experimentemos qué nos pueden ofrecer estos nuevos espacios que nos han sido arrebatados, pero que sin duda aún nos pertenecen y gocemos de ello con ellos, nuestros niños.

Pienso en un lugar como punto de partida, un espacio donde todavía el adulto no ha podido invadir el espacio propio del infante, y espero, escucho a ver si oigo cómo hablan los niños, cual es su verdadero lenguaje, imprevisible, auténtico, veraz, sin reproducciones insaciables y vacías sobre lo mismo. Por muchas vueltas que de, siempre vuelvo al mismo punto: El Juego. Todavía no he sido capaz de observar ninguna otra situación donde la verdadera alma infantil, la verdadera pasión, la verdadera construcción de otros mundos posibles, se haga más presente que en el hecho de jugar. Aquí es donde el estado es más puro, menos controlado, donde la experiencia es pasión, donde no son meros receptores del mundo y de su experiencia pasiva, dada, experimentadas previamente por otros. Creo que para ellos, el juego es su lenguaje de la experiencia.

En el juego infantil rompen los límites, los muros de hormigón levantados sobre los márgenes del camino, se exponen a otra realidad, más abierta, menos restrictiva, se inventan historias, son incluso más libres, más lúcidos...menos robots, menos desvalidos, menos asustados, menos confusos... sí, en el juego, oigo sus voces a distancia, son suyas, sin lugar a dudas.

Y los observo maravillada mientras juegan, mientras saltan, mientras inventan, mientras se acercan, a este mundo, con la inocencia, la curiosidad y la pasión que no encuentro en el que los adultos denominan mundo real. Ellos, a través del juego, no hacen otra cosa que caminar, por unos instantes, por un desvío que se separa del gran camino mullido y caminado ya tantas veces, con la seguridad de alguien muy experimentado, como exploradores de espacios nuevos, con decisión, sin miedo a equivocarse, porque todos los caminos son válidos, todos están disponibles, todos son posibilidades porque no hay bien ni mal, no hay nada preestablecido, todo es flexible, todo es posible.

Pero no nos engañemos, el adulto, con sus tentáculos que llegan a todas partes, también acaban apropiándose de estos espacios. Lo veo cuando el niño se aburre, cuando ya no quiere jugar, ya no encuentra satisfacción en los caminos alternativos, quiere volver al gran camino caminado, mullido, fácil...”jugar es de niños, yo ya soy mayor....”. Y hacerse mayor quiere decir precisamente eso, incapaz de divisar que el precipicio, al borde del camino, existe, que no es sólo una ilusión y que, aunque crezca y se haga mayor, no debe dejar de jugar, de salir “fuera de”.Y e que, precisamente, estos tesoros guardados y escondidos que son esos caminos, se borran, desaparecen con el tiempo, y la memoria, ya no los recuerda, ya solo ve camino, con su precipicio profundo, negro y frío, sin nada en los márgenes.

Por eso, ellos son sin duda, mi piedra de toque, mis lanzadores de mensajes ocultos, que observo con los ojos bien abiertos. Gracias a ellos, he encontrado esos caminos ocultos, como realidades paralelas, que diviso todavía a lo lejos, pero perfilándose cada día más claros, cada día menos polvorientos. Pongo mi pie en el margen, y observo, que aunque estire mi pierna y sobrepase ese gran camino, todavía noto tierra firme bajo mis pies, no existe precipicio alguno que me lleve hacia la nada. Me dispongo pues a explorar esas sendas infinitas, con la curiosidad infantil de no saber a donde voy, a donde me llevan, pero con la certeza y la emoción, cada vez más lúcida, de que cuanto más me desvío, más segura estoy de que hay otros caminos.

Como en el ensayo sobre El precio de la investigación pedagógica de Simons y Masschelein, y en palabras de Foucault, la curiosidad empleada en la realidad educativa, no tiene que ver con el conocimiento, si no con el cuidado de sí y con la atención. Es ese estar con los ojos abiertos a lo que pasa en el mundo. Es una mirada agudizada y concentrada en la realidad, en lo que ocurre (hoy) en el presente, y se trata también de una disponibilidad a no dar por sentado quienes somos y qué hacemos (...). Es una forma de pensar dispuesta a exponerse a un saber desconocido.

Eso es lo que estoy aprendiendo, a no tener miedo de ver, conocer, experimentar, otros caminos, otras vías, nuevas salidas, nuevas maneras de ver el mundo, de entenderlo, de posicionarme ante él, de recibirlo, de acariciarlo, de destaparlo, de sentirlo, de imaginarlo...y todo ello, gracias en gran parte a lo que experimento en mi día a día con esos seres maravillosos que me ayudan a ver qué hay más allá de esta realidad impuesta, falsa, hipócrita que empobrece nuestros corazones. Ellos han sido mi piedra de toque, sin saberlo, sin premeditarlo, sin tener la mínima intención de enseñarme nada, de explicarme nada.

Ahora camino por estas nuevas sendas, acompañada de mi alma infantil, que siempre está ahí, mejor dicho, que nunca se fue, pero que también permanecía escondida, enterrada bajo el mismo hormigón, las mismas paredes frías y grises de este camino ya caminado, ensuciándome a mí también, la lengua, aunque no lo quiera. ¿Nos vemos en otros caminos?

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